jueves, 21 de julio de 2011

"LONDON CALLING": 30 AÑOS DE REBELDÍA

Por José Ángel Monteagudo


Corría el año 1977 cuando el punk irrumpe en escena devorando lo que encuentra a su paso. Rebeldes, contestatarios, antisistema, provocadores, los lemas consabidos de “No future” o “Házlo tú mismo”, y con unas marcadas señas de identidad; cazadoras de cuero y camisetas pintadas, pelos enhiestos coloreados cuando no crestas mohicanas, cadenas e imperdibles, botas militares… El germen surge en Inglaterra, con Londres como epicentro, el paro, la crisis del petróleo, la marginalización, crean el caldo de cultivo para que los jóvenes -ante el negro horizonte que se presenta- abracen una nueva forma de expresarse y de ver las cosas. Multitud de nuevos grupos aparecen en un panorama musical paralelo al de los grandes dinosaurios del rock, y con unas letras impactantes que hablan de las realidades sociales que viven en primera persona acaban por calar en una juventud que se identifica de forma definitiva. Si bien otros grupos ya habían iniciado el camino “musical” años antes (Ramones, Dictators…, ambos al otro lado del Atlántico), el componente social de las letras fue exclusividad del punk británico.

Sex Pistols abren brecha con sus escándalos y salidas de tono, su canción “God save the queen” es todo un clásico, pero aparecen en escena otros grupos como Damned, Siouxsie & The Banshees (con el que tocó Robert Smith, después “The Cure”), Buzzcocks, y por supuesto The Clash. Estos representaron la rama más politizada del movimiento punk frente al nihilismo que exhibían otros grupos pero también el ala más creativa. Sus componentes principales fueron Joe Strummer y Mick Jones, a las guitarras y Paul Simonon al bajo, la batería fue ocupada principalmente por Terry Chimes y después por Topper Headon al que acabaron echando debido a su adicción a la heroína. Su primer LP “The Clash”(1977) contiene toda la esencia del punk, velocidad, furia, mala hostia, y temáticas diarias y sociales en sus letras; “London´s burning”, “Garageland”, “Career oportunities”, “Hate&War” o “White Riot”, reflejan ese ambiente y se atreven a flirtear con el reggae en “Police & Thieves” influenciados por los residentes jamaicanos en la isla (recordemos su relación con Lee Perry). Su segundo LP “Give ´em enough rope” (1978) avanza en la contundencia del sonido y también en la de las letras; “Safe european home”, “English Civil war”, “Tommy Gun” o “Stay Free” son claros exponentes de este nuevo paso adelante.

Pero el paso definitivo y contundente viene con la edición del “London Calling”(1979), un doble álbum que se vendió, por empeño del propio grupo (aprovecharon una artimaña para meter un nuevo LP en vez de un single y un LP que les había concedido la compañía discográfica, CBS), a precio de sencillo. En principio se iba a titular “El nuevo testamento”, pero se quedó con el del titulo del primer corte del LP. Le hubiese ido también al pelo porque “London Calling” es una revelación musical, un álbum redondo desde el principio, de hecho fue calificado por la crítica como el mejor LP de la década de los 80 y entre los quinientos mejores discos de todos los tiempos. Con influencias de todo tipo, mezcladas en cada surco de estas 19 obras pero que en ningún momento carraspean entre ellas; el reggae (“Revolution Rock”, “Rudie can´t fail), el Ryhtm & Blues e influencias adyacentes (Brand New Cadillac, Hateful), el ska (Wrong ´em boyo), jazz (Jimmi Jazz), y sus vertientes roqueras como punk rock, eso sí, de una forma mucha más elaborada y arreglada –menos velocidad, más calidad- (London Calling, Koka Kola, Clampdown, Four horsemen), pop rock (Lover´s Rock, Spanish Bombs –aunque la letra es combativa a fondo-, The right profile, I´m not down) derivando a veces hacia formas más calmadas (Lost in the supermarket, The guns of Brixton –que nuevamente, bajo un ritmo contundente de bajo va explicitando en una letra magnífica las “excelencias” del sistema-) y algunas canciones que derivarían hacia un tipo de rock más estilista (The Card Cheat). Y para rematar el disco una canción no incluida en los créditos “Train in Vain”, un pequeño diamante para rematar este espléndido y apabullante disco. El productor, Guy Stevens, también tuvo parte importante en la gestación del mismo. Stevens comenzó en el sello Island, editando buenos discos y acabó desarrollando su faceta de productor. Alcohólico, encarcelado por asuntos de drogas… vamos, una joya, pero que tenía las ideas muy claras respecto a su trabajo con el grupo y así lo llevó a cabo.

La instrumentación es la justa y necesaria –nunca barroca o simplista- y sobre todo acertada en cada uno de sus temas, y el registro temático es, sencillamente, deslumbrante. Pero ¡ojo!, esa búsqueda y reflexión de sonidos no adquiere su “domesticación” en las letras que aunque más elaboradas descargan contundencia: “Spanish Bombs” –Bombas españolas- (Canciones españolas en Andalucia, los lugares del tiroteo en el 39. Federico Lorca está muerto, agujeros de bala en la pared del cementerio y los coches negros de la Guardía Civil) , “Working for he clampdown” –trabajando para el sistema- (Creces y te vuelves tranquilo, empiezas a vestirte de azul y marrón, consigues a alguien a quien mandar y eso hace que te sientas importante. Te dejas llevar por la corriente hasta volverte brutal. Estas trabajando para el sistema.), “Guns of Brixton” –Pistolas de Brixton- (Cuando lleguen pegando patadas a tu puerta ¿cómo vas a salir? Con las manos en la cabeza o en el gatillo de tu pistola. Cuando la ley irrumpa ¿cómo vas a salir? Muerto en el pavimento o esperando en la celda de los condenados). The Clash: compromiso, antifascismo, idealismo a ultranza, combativos, polémicos, geniales…

¿Y qué decir de la portada? Ese cover de Elvis Presley, con la imagen de Simonon a punto de estampar en un concierto su bajo contra el suelo del escenario del Palladium de New York (la foto es de Pennie Smith). Sencillamente enérgica y brutal, furiosa y contundente.

Serían innumerables las influencias posteriores de este trabajo y no hay espacio físico por lo que nos quedaremos con la esencia del mismo, la calidad de uno de los discos imprescindibles de cualquier discografía relevante. Que el punk no les asuste (al final acabó fagocitandose por el propio sistema al que vituperaban), si no han escuchado este disco atrévanse, disfrutarán, y si ya lo habían escuchado busquen otra vez el disco entre su discoteca particular y denle a tope a los altavoces que 30 años no es nada. Les aseguro que no podrán abandonarlo. “London Calling”, “Londres llamando a las ciudades lejanas ahora que se ha declarado la guerra y ha comenzado la batalla. London is drowning and… I live by the river”.

MAESTRO POE

Por José Ángel Monteagudo


Este año 2009, que se marcha de puntillas entre espasmos de crisis, ha celebrado el bicentenario del nacimiento de uno de los grandes escritores de todos los tiempos; Edgar Allan Poe. Haciendo un ejercicio de traslación resulta chocante que mientras Zaragoza resistía los últimos embates contra el invasor francés –allá por enero de 1809-, al otro lado del Atlántico, en Boston, nacía una de las figuras determinantes de la literatura mundial y una personalidad cuyo influjo ha perdurado a través de los tiempos, influyendo en los artistas de todas épocas posteriores.
Hablar de su penosa y corta vida, atrapada por el alcohol y esa especie de dependencia mística con el género femenino, daría para escribir una biografía y no es el motivo de este artículo (recomiendo leer la de Peter Ackroyd, publicada por Edhasa), por lo que nos ceñiremos más que al legado literario –impresionante desde todos los puntos de vista- al referente que Poe significó para los demás creadores que le sucedieron.

Desde el ámbito literario, Cortazar y Borges, argentinos universales, admiraron a Poe hasta tal punto que Borges llegó a afirmar que “la literatura actual sería inconcebible sin Whitman y Poe”. Su poesía tendría gran influencia en los movimientos posteriores de la segunda mitad de siglo, especialmente en los simbolistas franceses; Baudelaire le profesó admiración, Mallarmé lo consideró “el Dios intelectual de nuestro siglo”, dejó huella en Stevenson o Wilde, Kafka o Conrad mamaron de los horrores de Poe para plasmarlo –en otro eje de visión- en sus obras (El proceso, El corazón de las tinieblas), Ruben Darío lo citó como “príncipe de los poetas malditos”, y entre sus compatriotas es indudable la influencia que tuvo sobre Lovecraft, Bierce, o el mismo Bradbury, incluso su única novela, “Las aventuras de Gordon Pym”, fue la inspiración para que Julio Verne creara una secuela titulada “La esfinge de los hielos”. Y qué decir del investigador creado Auguste Dupin, protagonista de los “Crímenes de la calle Morgue”, “El misterio de Marie Rogêt” o “La carta robada”, precursor de la novela policíaca y de figura detectivesca (llámese Sherlock Colmes, de Conan Doyle) cuando ni siquiera se citaba ese nombre. Y cuantos, cuantos escritores que quedaron atrapados por el estilo exigente, la descripción exacta, y la creación de atmósferas (con ese filo de la navaja en la narración que cabalga entre la cordura y el delirio de muchas de sus obras terroríficas), del escritor norteamericano.

También el cine rindió en numerosas ocasiones tributo al maestro literario: los años 30 reflejan adaptaciones como Satanás (1934) o El cuervo (1935), con Bela Lugosi y Boris Karloff como destacados intérpretes; Roger Corman –ilustre de la serie B- nos ofreció películas inspiradas en relatos: “La caída de la casa Usher” (1960), “El péndulo de la muerte” (1961), “La obsesión” (1963) o “Ligeia” (1964), la mayoría con el genial Vincent Price como protagonista. Ya en España, Narciso Ibáñez, Raúl García o Jesús Franco se acercaron a Poe en sus creaciones.
El arte, y la pintura en particular, plasmó también esas influencias; autores impresionistas como Manet, Gauguin, Renoir o Matisse, pintaron imágenes de sus relatos o el mismo rostro de Edgar (Manet ilustró la traducción que hizo Mallarmé de “El cuervo”, el cuadro “Nevermore” de Gauguin…).

Por último reflejaremos su influjo en la música. Autores y compositores de las más diversas tendencias han homenajeado a Poe: “La caída de la casa Usher” fue convertida en ópera por Debussy en 1908, Serguei Rachmaninov creó una sinfonía coral con la obra “Las campanas”, la calle Morgue sirve de referencia a grupos como Iron Maiden o cantautores como Bob Dylan que la cita en su canción “Like Tom Thumb´s Blues”, Alan Parsons Project le rinden tributo en uno de sus primeros trabajos, Lou Reed lo homenajeó en “The Ravern”, y Radio Futura crearon una mirífica canción con el poema de Annabel Lee, que también adaptaron en canción otros ilustres como Joan Baez o Silvio Rodríguez.
Incluso aparece un retrato suyo en el álbum de los Beatles “Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band”, mencionando su nombre en la canción “I am the Walrus”.

Es impresionante la herencia dejada por Poe -sin ni siquiera intuirlo- tras haber pasado una vida de penurias y tormento. Desde el ámbito personal reflejaré que como todo escritor, mi labor literaria comenzó con la lectura desde muy joven, mucho antes de que escribiese algo coherente. Hablaría de muchas obras suyas; “El gato negro”, “Manuscrito hallado en una botella”, “El tonel de amontillado”, “El entierro prematuro” o “El hombre da la multitud” –y cuántas se quedan en el tintero-, pero tengo que reconocer que en la calle Morgue –a raíz de su lectura primigenia y su atmósfera literaria- se incentivó mi ya desmedida ansia lectora y, sin duda, despertó mi interés por plasmar en un papel historias que hasta aquel momento sólo degustaba con la lectura. Hasta siempre y gracias, maestro Poe.

STASILAND

“STASILAND”
Autora: Anna Funder
Editorial: TEMPUS
Traducción: Julia Osuna Aguilar
Páginas: 313.

por José Ángel Monteagudo.


Para ser el primer libro de Anna Funder diríamos que ha logrado pasar con buena nota esa primera obra que siempre está en el punto de mira. “Stasiland” ejerce de libro de crónicas periodísticas, dejando de lado su marchamo de carácter puramente literario y adaptándolo a un género más directo y no por ello menos eficiente, que consigue una atención permanente en el lector y siempre con la mirada puesta en unos hechos mimetizados de realidad pura y dura. El trabajo de campo con entrevistas en directo a los personajes involucrados en esta trama policial certifican esta eficiencia narrativa.

“Stasiland” es un libro de alto componente emocional, que aborda de una manera clara (con esos testimonios de primera línea) la historia de la República Democrática Alemana, y principalmente de la Stasi, la policía secreta de la Alemania del Este. El detonante del libro es la presencia de su autora, Anna Funder, en una emisora televisiva alemana por motivos de trabajo años después de la unificación de las dos Alemanias. Algunos televidentes mandan cartas que recogen el alto precio que han pagado algunos ciudadanos hasta la ansiada reunificación; esta circunstancia unida a la pertinaz actitud de obviar un pasado difuso y la negativa de la propia cadena televisiva, ante una propuesta de la autora, de realizar un programa especial sobre el tema, llevan a Anna Funder a investigar en primera persona aquellas circunstancias.

La autora comienza un ciclo de entrevistas, que abarcan desde antiguos miembros de la Stasi hasta sus propias víctimas. Las historias, que nadan entre lo horrible y lo trágico pero todas con un magnetismo impactante, tejen un camino que completa una visión realmente definitoria sobre la opresión social de la época. No son para nada testimonios documentales frígidos, sino que destilan emociones.
Anna Funder llega en la práctica a implicarse con los testimonios, a perder la objetividad convirtiéndose ciertos pasajes del libro (en la búsqueda de ciertas respuestas), casi en una obsesión. Quizá un ensayo a la manera clásica donde se explicarían –o aclararían- algunos porqués a los neófitos en el tema, sin implicaciones “sentimentalistas”, hubiese corregido ese partidismo emocional pero bien es cierto que se perdería parte de la esencia y la frescura que emana el texto.
Realmente, cuando adelantamos los capítulos del libro, se agradece el punto de vista literario que le otorga la autora pues un estudio o ensayo nos llevaría a un farragoso encuentro de citas y datos que unidos a las desoladoras historias abrazarían un horizonte, aunque crítico y bien documentado , deprimente. Ese es un acierto manifiesto que la autora ha sabido captar desde la concepción del texto.

La visita de Anna a la sede de la Stasi, la visualización de los ficheros con detalles ridículos sobre los ciudadanos comunes y anónimos, las salas de interrogatorios, las “mujeres del puzzle” encargadas de recomponer los documentos destrozados en miles de pedazos que los miembros de la Stasi no pudieron quemar la víspera de la caída de la RDA… confirman las torturas, asesinatos, chantajes, espionajes, control total sobre el pueblo tanto en las cadenas de televisión como en los propios trabajos personales –si hacía falta- a interferir, e incluso destruir, cualquier actividad profesional de la persona elegida.
Alemania del Este era un país totalmente vigilado, se estima que uno de cada 6,5 habitantes era informante (policía o confidente), provocando estados alterados psicológicos al no poder confiar en nadie rayando los límites de la paranoia y lo que es mucho más peligroso, la autocensura.
Así lo explica la historia de Miriam, encarcelada adolescente acusada de colgar carteles propagandísticos, madres a las que separaron de sus hijos y conviven con antiguos miembros de la Stasi, hasta un antiguo miembro de la Stasi, Hagen Koch, convierte su piso en un museo del antiguo régimen político pero cuenta sus desavenencias con sus superiores cuando empiezan a espiar e indagar sobre su matrimonio.
Tramas de espías espiados, un mundo social en el que cualquiera podía ser víctima y todo aderezado con grandes dosis de miedo e incomprensión.

Quizá el mayor mérito de Anna Funder es contar una de las historias oscuras de un régimen político poco conocido, o al menos poco indagado o estudiado. Y de paso hacer un merecido homenaje a las víctimas que sufrieron las consecuencias de esta sinrazón. Este libro ha servido como amplificador de unas historias silenciadas y ocultas, historias que después de muchos años han vertebrado este “Stasiland” de manera enriquecedora para el lector, con una fuerte carga emotiva y con la impresión de haber conseguido su objetivo preferente: conocer la temible influencia de la Stasi en una sociedad marcada por su acción.

LA VIDA SÓRDIDA

BLUES DE LOS BAJOS FONDOS
(Premio Internacional de poesía “José Verón Gormaz”, 2008
Autor: José Luis Gracia Mosteo
Editorial: CEB Pág; 63


LA VIDA SÓRDIDA
Por José Ángel Monteagudo

“Por la noche, salen todos los animales. Putas, pordioseros, sodomitas, travestidos, maricones, drogadictos, toxicómanos. Todo es asqueroso y venal. Algún día, una lluvia de verdad se llevará toda esta basura de las calles”. Así anunciaba Travis Bickle, el protagonista de “Taxi driver”, un desenlace nervioso y violento para acabar con ese submundo tan obviado y cercano, pero a su vez tan desconocido para una gran parte de la sociedad como es la prostitución y sus aledaños. Submundo, por otro lado, tan parecido y mimetizado en todos los sitios y lugares del mundo donde habita.

Travis nos refiere “una lluvia de verdad”, redentora, para acabar con esa basura; Mosteo ha preferido calarse de esa lluvia para enseñarnos, mostrarnos en crudo, esa basura y su verdad. Y además arriesgando literariamente, dando más de una vuelta de tuerca a lo que otros (sobre todo narradores, novelistas) ya habían apuntado en sus obras, porque Gracia Mosteo nos lo cifra en actitud poética, a bocajarro, sin lindezas ni envoltorios superfluos, descendiendo a esos infiernos tan cercanos que habitan los suburbios –y no tan suburbios- de cualquier ciudad, los polígonos industriales (ahora tan en boga), o los locales y pubs de alterne de la Nacional II. ¿Hay algo de bello en la poesía sórdida, oscura y suburbial, que emana de este blues? El autor lo define como “un canto triste con esquema de blues, es decir, doce compases que son poemas” y no le falta razón, como una buena canción de Muddy Watters, desgrana e hilvana todas las miserias que se va encontrando en ese camino marginal.
Porque para llegar a este Premio el autor ha tenido durante varios años que, literalmente, jugarse el tipo en muchos de esos antros (método Stalisnavski para la literatura, lo llamaría); hacer preguntas inconvenientes donde no se debían hacer (siempre bajo la presión de ser confundido con un policía o con un periodista), conversar con prostitutas en primera persona bajo la mirada de chulos sin escrúpulos, o simplemente, estar en sitios y lugares con gentes peligrosas que habitan esos sórdidos ambientes, para luego contárnoslo de una manera creíble.

Literariamente este “Blues” consta de 24 poemas, divididos en dos partes “Blues de las putas” y “Blues de los chulos”, definidas y diferenciadas pero a su vez correspondidas. Cada cara del poema en su primera parte tiene su cruz en la segunda. En la forma, Gracia Mosteo se nutre de endecasílabos con acento dominante en la quinta dándole ese ritmo a su lectura, pero también dodecasílabos, y usando el “spanglish” a la par que ese argot que apabulla, sorprendiéndonos a veces, y que el autor nos revela en un anexo al final del libro. Sado, canallas, yonquis, jineteras, macarras, maderos, camellos, son los protagonistas de estas 24 escenas en carne viva, repletas de jirones de vida, y con unas acertadas citas de cabecera que templan la entrada al relato. Citas por otra parte que abarcan, como todo buen blues, literatura y música a partes iguales; Laforgue, Kavafis, Tom Waits, Verlaine, Lou Reed, Quevedo, Bob Dylan, Vallejo, Battiato, Calvino, Gil de Biedama, Rimbaud, Bowie, Gimferrer, los Stones… una combinación explosiva y directa, pero por otro lado necesaria para entender, leer y degustar este brutal poemario.

Un único pero, quizá percepción personal que no extensible a cualquier otro lector, difuminado en la esencia del libro. Tras su lectura, y posteriores relecturas, el “Blues de las putas” se me antoja más redondo, exacto en las apreciaciones, hiriente, y en definitiva que nos muestra esa realidad de forma más cruda, que sus correspondientes réplicas en “los chulos”. Pero ¡ojo!, no quiere decir que estos no irradien ese aire criminal, sórdido, canalla y barriobajero que impregnan los ambientes referidos en el poemario.

He aquí una obra, un poemario, imprescindible para bucear en esos bajos fondos, en un mundo de sexo y prostitución que linda de forma inherente con las mentiras, las drogas, la muerte, la delincuencia, el peligro o las humillaciones de forma directa; una forma de vivir ajena a todo aquello que les rodea, personas protagonistas de un submundo que nadie quiere admitir o tolerar en la cercanía, pero que existe y Gracia Mosteo lo plasma magistralmente en este “Blues de los Bajos fondos”.

Para todos aquellos que se escandalicen por el fondo, quizá más que por las formas, o en definitiva por ambas, les invito a leerlo, a que determinen cuánta verdad destilan estas magníficas 24 estampas o fotos literarias que podían haber sido recogidas de cualquier periódico o noticiario de nuestra ciudad más cercana y a que reflexionen sobre ellas. Déjenme terminar con otra reflexión que me ha parecido perfecta para todos los lectores y que cierra el libro con un brillante broche: cuando Alexia se despide de Stan Mostew en el último poema, espeta; “Todos somos putas, algunas vendemos el cuerpo; los más, su tiempo; los menos, el alma”. Así es, amigos lectores, aunque no lo queramos admitir.

miércoles, 20 de julio de 2011

SANTIAGO AUSERÓN: EL TROVADOR DEL ROCK

José Ángel Monteagudo
Escritor

Nombrar a Santiago Auserón (Zaragoza, 1954), es citar una leyenda viva del rock nacional, un músico que fue líder del mítico grupo Radio Futura y después continuador de una obra poseedora de una impronta musical y literaria muy característica bajo el heterónimo de Juan Perro.
Santiago vivió sus primeros años en Zaragoza donde empezó a tomar contacto con la música (su padre era trabajador de la Base); Elvis, Duke Ellington, Ella Fitzerald, los Rolling, o Nina Simone, fueron algunas de sus primeras audiciones. Pronto empezó una época de periplo pues su padre, topógrafo de Obras Públicas, fue destinado a diversos lugares del territorio nacional; Torrelavega, Jaca o Huelva, fueron algunos de ellos. Alternó durante el Bachillerato las teorías de Kant con los discos de Eric Burdon & The Animals o de los Kink. Estudió Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid (siguió nutriéndose musicalmente hablando; la Velvet, Roxy Music, Brian Eno, Bowie, Dylan, Leonard Cohen), y allí conoce a la que posteriormente sería su esposa, Catherine François. Su influencia le lleva a iniciarse en la lectura de los escritores franceses (poetas del XIX, románticos, simbolistas y primeras vanguardias), y en 1977 marcha a la Universidad de Vincennes (Francia), siguiendo la huella de Gilles Deleuze o Jean François Lyotard, donde terminó su tesis sobre Antonin Artaud. Allí vivió el estallido del punk y en medio de esta vorágine musical, en la que alternaba sus estancias parisinas con sus viajes a Madrid, decide quedarse en la capital madrileña donde “comienza” su carrera musical.


Radio Futura calienta motores a principios de los ochenta e inicia la que iba a ser una de las más brillantes trayectorias de un grupo de rock en español (fue elegido por crítica y público como mejor grupo de la década de los 80). Santiago siempre ha intentado adaptar el modo de expresión de la música anglo-sajona a unos patrones propios, y literariamente a la métrica del español. Hablaremos principalmente de sus letras que interesaran, sobremanera, a nuestros amigos lectores. Su primer álbum nos tumbó con una lírica “Estatua en el jardín botánico” (Esperando un eclipse me quedaré, persiguiendo un enigma al compás de las horas), “La ley del desierto, la ley del mar” (1984), evoca a las fuerzas naturales más salvajes; “Tormenta de arena” (Con alas de pájaro herido rasgué el velo de la oscuridad) o “Semilla negra” (Ese beso entregado al aire es para ti, fruta que has de comer mañana. Guarda la semilla porque estoy en él y hazme crecer en una tierra lejana) dan prueba de unas letras misteriosas y espectaculares. “De un país en llamas” (1985) nos deja abrumadoras metáforas; “No tocarte” (Ese hombre que mide su tierra con arma de fuego ¿quién es? Ese tipo que ve tu pecado en el punto de mira ¿quién es?), “Han caído los dos” (Han caído los dos cual soldados fulminados al suelo y ahora están atrapados los dos en la misma prisión. Vigilados por el ojo incansable del deseo voraz, sometidos a una insoportable tensión de silencio) o “La vida en la frontera” (Hay hombres con miradas que fulminan como el rayo penetra en carne viva. Si matas generas un espectro que siempre ya, persigue y acecha) .

Un álbum que marca un punto excelso en la calidad de textos y música es “La canción de Juan Perro” (1987): “El hombre de papel” (Era un hombre de papel, era un juguete del viento, que en el cielo de la ilusión halló su propio infierno […] En su sonrisa irresistible se anuncia un suave cataclismo, pero el mismo amor abre un abismo entre los dos. Yo cambiaría mi traición por compromiso, pero en el fondo del compromiso hay una traición mayor. Nunca termina la guerra para los hijos del terror…), “Lluvia del porvenir” (Roto está el conjuro de los enemigos de este pueblo oscuro que ha de florecer. Del cielo negro cae la lluvia, lágrimas de contento inundan mis ojos. Exhalando su alma como un perfume, nuestros muertos descansarán) o “37 grados” (Pues aun que fuera un cadáver desnudo, por la presión del deseo estoy mudo, esta es la ley del embudo, ¡sí señor! Y con los brazos en cruz te me haces transparente y eres como una balanza con las pesas colgando por dentro, y siento agujas de hielo en tu aliento, y sé que hay gente esperando en la calle; eres un valle salado, yo soy noctámbulo viento), avalan una calidad literaria fuera de toda duda y muy por encima de letras más vulgares y redundantes que firman otros compañeros de profesión. Se nota, y mucho, el bagaje cultural de Santiago y en este disco destaca una radiante y mirífica adaptación de un poema de Allan Poe, “Annabel Lee”. Las letras de Santiago dan para mucho más en sus posteriores discos de Radio Futura pero no en este artículo, por lo que repasaremos alguna pequeña joya literaria de su época posterior, ya bajo el sobrenombre -alter ego- de Juan Perro.


Tras un ciclópeo trabajo en loor de la música cubana (el son, principalmente), Santiago –Juan Perro– inicia sus discos en solitario. “Raíces al viento” nos deja letras brillantes, sensuales, metáforas limpias; “Y si estás otra noche más en vela, llegará por fin la aurora misteriosa, a curar tu garganta con rocío de su mano virginal, voluptuosa, y a llevarse tu ansiedad en su pañuelo, cuando des con tus huesos en el suelo. En “La huella sonora”, cuyo título ya irradia una declaración de intenciones; “A la media luna” (Alabados sean los pies del viajero, la huella sonora que persigo yo, que se aleja y vuelve en alas del viento, pájaro del ánima del pensador. A la media luna giró la fortuna, a la noche entera que el viento cambió, ya asoma la luz por la Décima Esfera y besa la nube, rosal trepador). En “Mr. Hambre”, Santiago dignifica la lírica popular, “El Joraique”, una leyenda popular adaptada en forma de cuartetas, reza así: “Tus soldados, rey Felipe, no querrán poblar la tierra mientras ande con su gente el Joraique por la sierra”. Por último, el LP “Cantares de vela”–término tomado de Menéndez Pidal sobre los cantares populares– no tiene desperdicio: “No más lágrimas” (Nadie puede ser el dueño de los mares del ensueño, y la flor del pensamiento la deshoja el viento), “El son de los muertos” (Voy a la deriva, amor, que no me dejan en calma los vientos de mal humor. Amor, no puedo pensar, tengo en el alma un desierto lo tengo que atravesar…), “Yo no quiero ser real” (Dicen que la realidad es desdicha y sinsabor, para que apurar el vaso de tan amargo licor. Si el negocio está en cambiar realidad por ilusión, prefiero vivir cantando debajo de tu balcón), “Luz de barrio” (Ten cuidado plata fina, oro en paño ve con tiento, que hay cuchillo en el ambiente y mucho loquito suelto) o “La mala fama”, un soneto en toda regla vestido de blues con esencia urbana.

Demasiado artista para tan poco espacio. Si alguien quiere interesarse por la literatura de Santiago Auserón, el libro “Canciones de Radio Futura”(Pre-textos,1999) presenta en crudo las letras de sus canciones, sin acompañamiento musical que enmascare la palabra. Literatura en estado puro.




*Publicado en la revista BARATARIA (Nº 24)